Una economía forestal es una economía verde
Julio Torres Cuadros, secretario ejecutivo del Colegio de Ingenieros Forestales de Chile
El sector forestal, no solo en Chile sino también en el resto del mundo, sufre una condición que podemos llamar paradojal. Es reconocido como una actividad que reduce emisiones de gases de efecto invernadero, mejorando los balances nacionales y además es presentado como un sector clave para redefinir el modelo de desarrollo mundial, pasando de una economía basada en combustibles fósiles a una bioeconomía basada en el uso de recursos naturales renovables, como es la madera.
Sin embargo, todo lo anterior no basta para quienes se esfuerzan en levantar una agenda, mal llamada ambiental o ecológica, que rechaza de manera visceral una acción climática basada en plantaciones de rápido crecimiento o incluso basada en el manejo sostenible de los recursos nativos. Estos grupos no logran conciliar los beneficios del uso de recursos naturales renovables para la construcción de una economía verde, con la necesidad crear la materia prima para sostener dicha economía.
Quienes participamos regularmente de instancias de debate forestal debemos escuchar reiteradamente a representantes de estos grupos despotricar contra las plantaciones forestales (siempre con argumentos basados en la ciencia), concentrando en estos cultivos todos los males del capitalismo, el extractivismo y el lado más negativo del desarrollo. Por supuesto, no se molestan en articular y proponer una alternativa viable de desarrollo que prescinda de los bosques plantados como actores protagónicos de una nueva economía. Simplemente en sus ensoñaciones se imaginan un mundo que no existe, en el que los bosques y las millones de personas que dependen de ellos, vivirán felices sin tocarlos, sin manejarlos y, al mismo tiempo, promoviendo un incremento del consumo de productos provenientes de materiales biodegradables. ¿Cómo es eso posible? Nadie lo sabe. Ni siquiera ellos, que no se atreven a plantear alternativas, dada la imposibilidad fáctica de conciliar las aspiraciones contrapuestas que sostienen.
Pero lo más preocupante es que no se trata solo de las ensoñaciones irreflexivas de muchos grupos mal llamados ambientalistas, la misma incongruencia se observa en las autoridades a cargo de las políticas del país. Un ejemplo concreto de esta mirada profundamente incongruente es la mención a los monocultivos forestales en la Ley Marco de Cambio Climático, publicada en el Diario Oficial hace un par de semanas. De manera inentendible hacen una explícita exclusión de los monocultivos forestales dentro de los lineamientos de la estrategia climática de largo plazo. La ley señala en su artículo 5, letra c) que para alcanzar la meta de carbono neutralidad al 2050 la estrategia establecerá lineamientos asociados a la conservación de ecosistemas, la restauración ecológica, además de la forestación y reforestación con especies nativas. Posteriormente indica que “los lineamientos no incentivarán la plantación de monocultivos forestales”.
Además de ignorar que la reforestación, sea de especies nativas o introducidas es una obligación legal, esta arbitraria exclusión de los monocultivos forestales es incongruente ya que la Contribución Nacional Determinada para el sector forestal publicada el año 2020, compromete precisamente el establecimiento de 200 mil hectáreas de plantaciones forestales, reconociendo de esta manera su rol en la captura de emisiones. ¿Cómo se entiende entonces su exclusión sólo dos años después? La verdad es que sólo se entiende por un sesgo ideológico hacia la actividad forestal que enceguece a los tomadores de decisión. Ciegos y sordos al rol de la madera en una futura economía verde, incorporan exclusiones a la ley que lo único que lograrán es poner en riesgo el cumplimiento de las metas que esa misma ley se impone.
Pero, además, el sesgo en materia ambiental respecto a las plantaciones forestales termina extendiéndose al ámbito económico y social, ya que la actividad forestal tiene una importante influencia en las economías y el empleo regional y local; aspecto que omiten quienes excluyen a los monocultivos forestales de una estrategia climática de largo plazo.
Esta mirada sesgada de la actividad forestal también es un desafío a las actuales y futuras autoridades sectoriales, ya que les impone, de entrada, una restricción a las estrategias que desde la institucionalidad forestal pública se puedan presentar en el futuro.
A mi juicio es inaceptable que las autoridades del Ministerio del Medio Ambiente, asumiendo que ellas tuvieron el rol protagónico en la redacción de la Ley Marco de Cambio Climático, impongan restricciones del todo impropias a la gestión forestal pública, respecto a qué hacer y no hacer en materia de compromiso de reducción de emisiones. Algo tendría que decir la autoridad a cargo del Ministerio de Agricultura respecto a esto, sin embargo, mucho me temo que las actuales autoridades sean más proclives a la mirada presente en la ley que a una reivindicación del sector forestal como actor clave de una estrategia climática que apunte a la carbono neutralidad.
Solo nos queda visibilizar esta incongruencia y plantear en todos los foros a los que tengamos acceso, que el sesgo ideológico contra las plantaciones forestales es a todas luces un autoatentado al cumplimiento de las metas climáticas y al desarrollo de una economía verde para los próximos cincuenta años.
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